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Adiós culpa; bienvenida responsabilidad

Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa…

¿De dónde salió que para que una persona haga las cosas bien hay que hacerla sentir bien mal?

¿De dónde salió que para resolver un problema hay que encontrar al culpable?

¿Se inmoviliza ante la posibilidad de equivocarse?

¿Le atormenta su pasado?

¿Le angustia su futuro?


Stephen Hawking y Leonard Mlodinow hacen el siguiente comentario en su reciente libro -El Gran Diseño-: “La capacidad humana para sentirse culpable es tal que siempre podemos hallar maneras de acusarnos a nosotros mismos”.


Desde que recuerdo, aprendí por audición y luego por repetición que nací pecador y que he pecado mucho por lo que pienso, por lo que digo, por lo que hago y por lo que he dejado de hacer, y que todo ha sido por mi triple culpa, o sea por mi gran culpa. Liberarme de este "rayón" en mi disco duro ha sido interesante; ayuda escribir acerca del tema.


Muchos crecimos en un modelo educativo familia-escuela-sociedad que se movía desde la obediencia ciega, el deber ser, el culto a “lo correcto” sin importar razones, el miedo al “qué dirán”, las comparaciones, la necesidad de complacer, la intimidación, la amenaza, la indiferencia, la mirada acusadora, la burla, la ironía, la venganza, el castigo, el temor al fuego eterno, el miedo al rechazo, a no ser amado, a la soledad, al aislamiento… Y sigue visible en nuestro medio educativo, publicitario y cultural. La costumbre de prevenir y castigar los errores a través del miedo y la culpa está extendida.


No es de extrañar entonces que estemos habituados a culparnos a nosotros mismos y a culpar a los otros, tanto que, si no sentimos culpa, experimentamos cierta sospecha de que algo egoísta e impuro sucede en nosotros o en los demás, o peor aún, que hemos desarrollado una inmensa capacidad de indolencia, egoísmo e indiferencia. Sentirse mal y hacer sentir mal a los demás es una costumbre.


¿Qué es la culpa? Es una emoción desagradable que induce a la persona a castigarse o inmovilizarse por algo que ocurrió, que está ocurriendo o que podría ocurrir. John Lennon decía: “la vida es lo que te sucede mientras tú te empeñas en hacer otras cosas”, o sea, la vida es lo que te sucede mientras tú te empeñas en culparte, preocuparte, criticar, maldecir, negar, etc… La culpa es la "agua-fiestas": depredadora, distractora y saboteadora.


La culpa está infiltrada en la vida cotidiana: en el trabajo, la alimentación, el placer, la sexualidad, las relaciones interpersonales, la vida de familia, el manejo del dinero, la crianza, la autoestima, la salud corporal y emocional, y hasta en la imaginación, ocasionando ansiedad, depresión, mal genio, inseguridad y deterioro en nuestra calidad de vida.


Hay dos clases de culpa: una “sana y útil” y una “insana e inútil”.


La culpa sana y útil es la que emerge cuando nos damos cuenta, reconocemos y actuamos consecuentemente; es la que nos conduce a no dañar, aprender las lecciones, reparar los errores, asumir la responsabilidad, arreglar los problemas y seguir adelante; es una sensación que nos invita a una transformación positiva por convicción.


La culpa insana e inútil es la que no aporta nada a nuestro proceso de crecimiento pues inmoviliza, elude el cambio, justifica, distrae, castiga, victimiza, manipula, auto destruye y debilita nuestras posibilidades de crecimiento personal. Es la más arraigada, tanto para auto-castigarnos como para castigar y manipular a otros.


Para una vida más placentera es importante entonces deshacerse de la culpa inútil y fortalecer la culpa sana y útil. Para esto, podemos cambiar en nuestro “disco duro” el concepto de “culpa” por el concepto de “consciencia responsable” o sencillamente, responsabilidad; esto implica:


  • Primero, darse cuenta y atraparla a tiempo; para esto es útil ejercitar la atención en el aquí y el ahora a través de ejercicios como la meditación, el yoga, la contemplación, el silencio interior, el arte, las aficiones, etc.

  • Segundo, reconocer la culpa observándola y aceptándola con sencillez, valor y realismo evitando caer en juicios inútiles, entendiéndola por lo que es: una emoción que puede causar sufrimiento innecesario o puede impulsarnos a crecer.

  • Tercero, asumir la situación, movernos, desinstalarnos del viejo modelo y poner polo a tierra desde estas preguntas: ¿cómo le voy a responder a esto? ¿con qué aspectos de mí le respondo a esta situación? Son las preguntas que nos permiten tener la liberadora experiencia de reemplazar la culpa inútil por la decisión de actuar libremente desde lo mejor de nosotros mismos; ésta es la responsabilidad, aliada inseparable de la libertad.

  • Y cuarto, no usarla para manipular a los demás, utilizando en cambio, peticiones, argumentos y actitudes claros, firmes y amables para comunicar, enseñar o persuadir.


Un aspecto clave es asegurar que este proceso de liberación no nos haga daño, que no dañe a otros y que respete la dignidad humana; esto para evitar confundir el “adiós culpa” con individualismo, indolencia o indiferencia.


Liberarse de la culpa inútil tiene múltiples beneficios: mejora nuestra salud corporal, mental y espiritual, mejoran nuestras relaciones interpersonales, mejora nuestra autoestima, mejora la confianza en nosotros mismos, mejora la vida y mejora la sociedad. Además, y no menos importante, al no caer en la trampa, creamos condiciones favorables para la transformación positiva de aquellos personajes acostumbrados a manipular a través de la culpabilización o la victimización.


Libérese de la culpa insana, cambie el rol de juez por el de pedagogo, no coma cuento, ni manipule ni se deje manipular, hágase responsable, ponga límites, aprenda de sus equivocaciones, viva intensamente su presente y quiérase mucho; su salud, su pareja, sus padres, sus hijos, sus amigos, sus empleados, su gente y el planeta lo celebrarán.

 

CAMILO ROA MACKENZIE

Papá desde 1982, abuelo desde 2013. Orientador y coach; comprometido con la educación como gestora esencial de la transformación positiva de la humanidad.

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