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Educar es crear caminos de sentido

"Educar no es llenar un balde; es mantener encendido un fuego".

Como educadores, ¿qué queremos formar en nuestros hijos y/o en nuestros estudiantes? Le he hecho esta pregunta a muchas personas, padres de familia y maestros, y me la he formulado muchas veces; en la respuesta prácticamente todos coincidimos: queremos que sean felices (o por lo menos que no sean infelices), que sean auténticos y críticos, que tengan preparación, autoestima y autonomía para que la vida no les quede grande, que sean saludables, amorosos y espirituales con capacidad de vivir en comunidad y de ser útiles para los demás. Podría resumir todo en un gran propósito: que sean felices.

Aquí aparecen cuatro temas interesantes e importantes: el primero es el de la felicidad, palabra que confunde en la medida que creemos que la felicidad es la ausencia de sufrimiento. El segundo es que en términos generales, lo que queremos para nuestros niños está formulado en términos de cualidades que cuidan la vida y la dignidad humanas, o sea valores. El tercero es con respecto a qué tanto la educación actual está orientada al logro de esos objetivos. Y el cuarto es en referencia a los educadores: me pregunto qué tanto hemos alcanzado en nuestra vida personal, aquello que queremos para nuestros hijos: felicidad.

Surgen aquí varios “choques de trenes”:

  • Queremos educarlos para que sean felices, pero aquello que consideramos que es la felicidad (ausencia de displacer) genera inmensas cantidades de sufrimiento (vacío existencial, baja tolerancia a la frustración, incapacidad de convivir pacíficamente). Con la mejor de las intenciones e ingenuamente, creamos condiciones para sufrir innecesariamente, no para ser felices.

  • Queremos educarlos para que sean felices, pero, ¿estamos felices los educadores? “La palabra convence, pero el ejemplo arrastra…”

  • Queremos educarlos en valores, insistiendo que sigan nuestras instrucciones, pero no nuestro ejemplo, y los valores no se enseñan, los valores se viven y se contagian; los valores no se aprenden, los valores se captan y se asimilan a través de vivencias significativas, no de discursos e imposiciones.

  • Queremos educarlos en valores de orden superior, pero seguimos dando mayor prioridad a la formación en valores placenteros, vivenciales e intelectuales.

Entonces, ¿cuál es el sentido de la educación?

Creo que no es otro que crear las mejores condiciones posibles para que los seres humanos tengamos fuertes razones para estar felices.

Con respecto a la felicidad, Víktor Frankl decía en su libro “El Hombre Doliente” que “lo que el ser humano quiere realmente no es la felicidad en sí misma, sino un fundamento para ser feliz (…) Si tenemos un fundamento para ser felices, la felicidad vendrá por sí misma, y cuando menos nos preocupemos de ella, más seguros podemos estar. La felicidad debe tener un fundamento del que nazca espontáneamente; pero la felicidad no se puede perseguir, no se puede fabricar, al contrario, cuanto más se la persigue, cuanto más se busca el placer, menos se alcanza”. Así que, la tarea de la educación es favorecer esos fundamentos que nos permiten sentirnos plenos y felices.

Tenemos entonces que revisar el concepto “felicidad”: ¿qué es eso de ser o estar feliz?, ¿qué es eso que llamamos felicidad? Hay miles de definiciones y aproximaciones, y no pretendo aquí inventar una nueva; lo que creo es que la felicidad es un estado interior de ánimo y paz que surge de la certeza de estar desplegando lo mejor de sí mismo; de ahí que la relacione fuertemente con el encuentro de sentido. Para mí, felicidad es un sinónimo de encuentro de sentido; y mi apreciación sobre el sentido de vida es que “es percibir en mis decisiones y acciones que soy auténtico, valioso, cuidadoso y útil para mí y para los otros”. Así que cuando percibo sentido en las cosas de mi vida, tengo unas condiciones y razones suficientes para estar en paz y sentirme feliz.

De esta forma, la educación puede darle mayor énfasis a la creación de condiciones de encuentro de sentido para favorecer en los seres humanos el encuentro de razones para estar felices. Así, propongo que el acto de educar se entienda como

“Propiciar las mejores condiciones posibles para que todos los seres humanos descubran y desplieguen la mejor y más auténtica versión de sí mismos en un ambiente de cuidado y sana convivencia…”.

Otra forma de decirlo es

“Propiciar las mejores condiciones posibles para que todos los seres humanos encuentren razones para ser y estar felices en un ambiente de cuidado y sana convivencia…”.

Otra forma,

“Propiciar las mejores condiciones posibles para que todos los seres humanos encuentren sentido de vida en un ambiente de cuidado y sana convivencia…”.

O mejor,

“Educar es crear caminos de sentido…”.

¿Cómo hacerlo? Hay tres factores clave: primero, repensando la educación, sacándola del lugar relegado y secundario en que se encuentra, dándole mayor apoyo e importancia; segundo, poniéndole ganas y compromiso a esa transformación necesaria, o sea, inyectándole amor, entusiasmo y fe; y tercero, recuperando y desplegando el inmenso potencial de educador que considero todos llevamos dentro.

Resumiendo, ¿para qué educar? Para crear caminos de sentido, para procurar condiciones favorables al despliegue de potenciales, para mejorar la calidad de vida y de convivencia de los seres humanos, para que existan razones para estar felices y contentos con la vida.

El reto es ahora la transformación, y ésta no es fácil. Hay mucha inercia, mucha resistencia al cambio, muchos intereses creados alrededor de mantener a la educación en un nivel utilitarista y mediocre que asegure un ser humano anestesiado, facilista y manipulable; hay muchos seres humanos con pereza y/o miedo de cambiar, resignados, desesperanzados, desmotivados. No perdamos la fuerza; no nos dejemos apagar el fuego interior. Despertar y cambiar requiere una enorme dosis de trabajo, disciplina, determinación, osadía y espíritu transformador; ¿de dónde sacar la fuerza necesaria para este proceso? Encontrarle sentido es necesario pero no es suficiente; se necesita una energía que facilite el paso de la percepción de sentido al acto creativo y transformador, y ésta energía es el AMOR.

NOTA: del AMOR escribí en entregas anteriores; consulte la guía alfabética de blogs en https://www.sentidovital.com/blog

J. Camilo Roa Mackenzie

Bogotá, marzo 14 de 2011

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