Ser papás: más que un camello, una posibilidad
Ser papás es una experiencia llena de sorpresas, muchas de ellas agradables, otras no tanto; una vivencia plena de satisfacciones y de “peros” en la que hay que aprender a esperar lo inesperado y a aceptar lo incomprensible.
Ante la llegada de un hijo, todo se alborota, nada es igual. Es imposible no sentir profunda admiración y ternura acompañadas de miedo, confusión, incertidumbre y expectativa. Nos encontramos ante un nuevo ser humano que ha nacido totalmente indefenso y nos necesita. Pero… ¿Qué necesitan nuestros hijos, de nosotros, sus papás? Si consideramos que educar no es llenar un cerebro ni domesticar una criatura sino formar un ciudadano y mantener encendido su fuego interior, más que como instructores, nuestros hijos nos necesitan como guías, facilitadores y animadores de vida; nuestra labor es como la del jardinero o la del campesino que cuida y conoce sus plantas mejor que nadie, por lo cual las conduce a que sean la mejor versión posible de ellas mismas; al jardinero nunca se le ocurrirá intentar sacar una rosa de una planta de clavel, así como al campesino nunca se le ocurrirá intentar sacar una mazorca de una planta de papa. Pero a veces, los padres de familia sí hacemos esto último; intentamos hacer de nuestros hijos lo que consideramos que deben ser -sin tener idea de quiénes son-, en lugar de ayudarles a develar, encontrar y desplegar lo que realmente son. ¿Qué son? ¿Quiénes son? Todo un misterio existencial que cada ser humano tiene que ir respondiendo durante su viaje por la vida. Por más amor que les tengamos, no podremos responder esta pregunta por ellos, sólo podremos crear posibilidades. Para configurar estas condiciones ideales de acompañamiento, nuestros hijos requieren padres adultos, amorosos y auténticos. Necesitan luz, guía y oportunidades; necesitan nuestro entusiasmo, no nuestra angustia. Nos necesitan tranquilos, sencillos, claros, ecuánimes y alegres; ¿perfectos? no, ¿humanos?, sí. Mi apuesta es la siguiente: lograr la mejor versión posible de nuestros hijos es fácil si lo hacemos desde la mejor versión posible de nosotros mismos, sus padres. Es imposible dar lo que no tenemos; por esto, ser papás es una excelente oportunidad para crecer, madurar y dejar salir la maravillosa persona que hay en nosotros. Respondámonos -sin darle muchas vueltas- estas dos preguntas:
¿Qué queremos para nuestros hijos?
¿Qué tanto lo hemos logrado en nuestra vida personal?
Con seguridad todos queremos felicidad, autoestima, autenticidad, salud, amor, autonomía, realización, espiritualidad y reconocimiento para nuestros hijos. Y ellos, ¿lo perciben en nosotros? Si revisamos estos aspectos, están mucho más relacionados con SER que con TENER - HACER - SABER; están más ligados a los valores, y los valores no se enseñan, los valores se viven y se contagian; los valores no se aprenden, los valores se captan y se asimilan a través de vivencias significativas, no de discursos e imposiciones. Nos desgastamos mucho tratando de “aprender” a ser buenos padres buscando afuera lo que llevamos dentro; por eso surgen en nosotros confusiones, miedos e inseguridades. Es más fácil y seguro ser buenas personas y buenos ciudadanos, siendo testimonio vivo de aquello que queremos en ellos y para ellos. Dejemos de insistir en que sean como nosotros (¡o en que no sean como nosotros!); mejor tratemos de ser nosotros como queremos que ellos sean. Veremos grandes diferencias y nos daremos cuenta de que la crianza, a pesar de las dificultades y retos que encierra, es mucho más que un camello; es una maravillosa posibilidad de crecer como seres humanos. El tiempo lo irá confirmando: desplegar lo mejor de nosotros en beneficio de nuestros hijos propicia crecimiento en ellos… pero en nosotros también… ¡y mucho! No desperdiciemos esta maravillosa oportunidad de crecer; aprovechémosla. J. Camilo Roa Mackenzie SENTIDO VITAL Octubre 2010